terça-feira, 6 de dezembro de 2011

A la pata coja


El plan para desatascar a la UE de la crisis de la deuda soberana que desvelaron ayer la canciller alemana, Angela Merkel, y el presidente francés, Nicolas Sarkozy, contiene importantes apuestas de profundización económica, sobre todo de rigor presupuestario. Pero le faltan muchas cosas: casi todas las relativas a la solidaridad, es decir, a la mutualización de las responsabilidades. Es un plan a la pata coja, aunque, al cabo, el simple hecho de que París y Berlín hayan alcanzado un acuerdo fue bien recibido por los expectantes mercados: de valores, de divisas y de bonos de deuda.

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Como se trata de una contribución anticipadora de la cumbre del próximo fin de semana, debe ser completada con otras, mediante redactado del presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy. Conviene que este sea de entrada consciente de que solo un paquete final muy equilibrado, en el que palo y zanahoria compartan protagonismo, es susceptible de generar consensos profundos y de alcanzar la viabilidad que contribuya al encauzamiento de la crisis.

La propuesta central del dúo germano-francés consiste en una reforma de los Tratados de Lisboa, a consensuar si es posible entre los 27 Estados miembros, pero si no, al menos entre los 17 de la eurozona, con un calendario exprés: para marzo próximo. En esa reforma se atornillaría la disciplina fiscal con sanciones automáticas para los incumplidores; se elevaría a todas las Constituciones la regla del equilibrio presupuestario; y se daría vara alta al Tribunal de Luxemburgo para verificar si el alcance de esas reformas nacionales resulta suficiente.

Ninguna de estas ideas parece de entrada una salida de tono. Pero su conjunto es insuficiente y cada pieza, discutible. Es insuficiente porque Merkel y Sarkozy no dibujan, contra lo que reiteran, una unión fiscal, que requeriría también el diseño común de políticas impositivas, sino un mero énfasis en la disciplina presupuestaria. Una reforma del Tratado bajo amenaza se hará solo para la eurozona en caso de boicot de unos pocos y presiona a todos; pero también abre la caja de Pandora de interminables y paralizantes discusiones bizantinas: los actuales Tratados costaron 10 años. El automatismo de unas sanciones que no se especifican podría haberse establecido en el reciente paquete de seis medidas de la Comisión, que así lo pretendía. Y en cuanto al papel del Tribunal europeo es más propio de un Consejo de Estado comunitario.

Pero las mayores deficiencias radican en la indefinición de los mecanismos urgentes para la superación de la crisis. Apenas hay una referencia al adelanto a 2012 del fondo de rescate definitivo; una marcha atrás sobre las quitas privadas como la arbitrada en el caso griego; un clamoroso silencio sobre el papel indispensable del BCE y un lamentable rechazo de los eurobonos. Exigua cosecha: si no se mejora en la cumbre, difícilmente la alegría de los mercados será duradera.

Las grandes saltos adelante deben seguir hojas de ruta completas, con paquetes equilibrados y medidas de efectos inmediatos. Es lo que simultáneamente planteó el primer ministro italiano, Mario Monti. Su duro paquete de austeridad (30.000 millones), que afecta de lleno a las pensiones, no debería haberse planteado si su predecesor, Silvio Berlusconi, hubiera cumplido el suyo. Pero además, el plan actual mejora al anterior por cuanto acompaña al rigor con algo más de equidad (impuestos al lujo, aumento del tipo marginal del IRPF) y, sobre todo, rompe la miopía del monocultivo del rigor presupuestario, para lanzar medidas de estímulo selectivo al crecimiento. Si ese paquete se abre paso, podrá convertirse en una referencia para toda la UE.

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